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EL DÍA EN QUE CHIMBOTE LLORÓ DE GLORIA: LA COPA PERÚ 2005 

Desde la mirada de Ángelo Cruzado y César Campomanes exjugadores del José Gálvez 

Esta historia se cocinó a fuego lento. 

El José Gálvez es parte de la vida de los chimbotanos durante décadas, es el club de puerto, de fábrica y de barrio, ha conocido glorias y derrotas. 

En 2003 comenzó un nuevo ciclo, se armó un plantel fuerte, con refuerzos de distintas regiones y con base chimbotana. Se apostó por volver al fútbol profesional no solo como meta, sino como deuda pendiente con el pueblo. 

Chimbote, diciembre de 2005 

El estadio estallaba, las tribunas vestidas de rojo y azul no cantaban: temblaban. Aquel gol de Ángelo Cruzado no fue un simple tanto. Fue una declaración de identidad, de pertenencia, de hazaña. 

Ángelo, que había esperado su debut hasta los 26 años, entró a la historia galvista con la humildad de quien entiende el peso de un escudo. “Cuando marqué ese primer gol, sentí que todo Chimbote gritaba conmigo”, recuerda hoy, pero la emoción mayor vendría después. 

Cuando el árbitro pitó el final contra Senati, el estadio se vino abajo. El José Gálvez acababa de lograr lo impensado: levantar la Copa Perú 2005. La cancha se convirtió en un abrazo colectivo entre hinchas, familias, jugadores y técnicos, todo se convirtió en una sola celebración. Fue entonces cuando Ángelo, con el alma en los ojos, corrió directo hacia las mallas, ahí vio a su esposa entre la multitud, se acercó a la malla y la besó. “Ese momento fue todo para mí. Ella había estado conmigo en todo, y ese gol, ese triunfo, también era de ella”, cuenta. 

       (Ángelo Cruzado)              

Ese mismo año había nacido su hija. Ángelo sonríe mientras la menciona: “Mi hija fue quien me trajo la bendición”, dice con ternura. Esa temporada marcó no solo su consagración como futbolista, sino también como padre. 

César Campomanes, que llevaba siete años con la franja, vivió el partido desde la banca debido a un problema de salud, pero su corazón estaba metido en cada pase. 

“Ese gol de Ángelo nos hizo creer. Nos hizo saber que sí se podía”, dice sin dudar. 

En la semifinal contra Atlético Minero cuando el equipo estaba al borde del abismo, es cuando entró Cesar, encontró fuerzas donde ya no quedaban, pero ganaron, contra todo, 

“Yo recuerdo ese segundo tiempo como una película. Lo dimos todo, teníamos que ganarlo, no solo por nosotros, sino por la ciudad. Y cuando lo logramos… fue como tocar el cielo con las manos”. 

       (Cesar Campomanes)

En la final, tras el pitazo final, nadie se contuvo. “Todos lloramos, lloramos de verdad, no podían contenerlo, era como si la ciudad entera se desbordara por haber ganado”, recuerda Campomanes. Él, junto a sus compañeros entraron al campo, de rodillas ante la gloria. 

La cancha se llenó, no de fotógrafos, sino de madres, padres, niños, pescadores, familias enteras que bajaron de las gradas como si siempre hubieran sido parte del equipo. Y lo eran. 

Ese título no fue solo deportivo. Fue una victoria colectiva, popular. Fue el momento en que Chimbote se miró en el espejo del fútbol y se reconoció. 

Hoy, dos décadas después, las imágenes sobreviven en videos caseros, entrevistas rescatadas y en el corazón de quienes lo vivieron. Para Ángelo y César, el Gálvez de 2005 no fue solo un equipo, fue una familia.

Crónica escrita por Celeste de la Cruz.
Editado por Samaria Jara.

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